Mitos y leyendas que marcaron la Semana Santa de antaño en la Costa Caribe
La abstinencia sexual, los preparativos, la música, no bañarse después de mediodía, eran algunas de las restricciones en los días santos. Algunas sobreviven.
Desde tiempos inmemoriales las creencias populares fundamentadas en el misticismo religioso marcaron la celebración de la Semana Santa y determinaron ciertas reglas especiales de comportamiento durante estos días.
Todo esto trajo una serie de suposiciones y mitos que se arraigaron en la población y marcaron a varias generaciones.
La mayoría de estas leyendas eran prohibiciones o restricciones, narraciones fabulosas que se imponían tanto en comunidades urbanas como rurales durante los llamados días santos.
Una de las que más atraía la atención y generaba toda clase de comentarios era la abstinencia sexual, que entraba en aplicación con la llegada del Lunes Santo “para no deshonrar a Dios”.
Era una estricta veda sexual entre las parejas, ya fueran de cónyuges, en unión libre, y con mucho más énfasis en aquellas que no tuvieran ninguno de estos dos vínculos, es decir, los encuentros a hurtadillas, ya que para entonces el Clero consideraba por fuera de la fe cualquier relación que no contara con la bendición nupcial.
Algo que las comunidades acataban con respeto, e incluso devoción.
“Muchos matrimonios dormíamos en camas separadas en Semana Santa para evitar el menor roce posible que pudiera terminar en un polvo”, cuenta con algo de desparpajo y socarronería Iveth Gonzalez, de 60 años, quien garantiza haber cumplido con toda rigurosidad aquel impedimento.
“Imagínese, si a una lo amenazaban que si se daba algún desliz en la cama podíamos quedar pegados. Por eso yo ‘ni de fundas’ quise correr ese riesgo”, añade la mujer antes de soltar una risotada que le estremece los hombros.
Sin embargo, en los tiempos modernos que corren y unas décadas más atrás, esta privación de las prácticas sexuales en Semana Santa fue modificándose, y sin el rigor del pasado quedó reducido al Viernes Santo.
El tema se flexibilizó aún más con las libertades que se daban en la sociedad, y finalmente se definió que la actividad erótica durante los días santos no está prohibida en ninguna de las escrituras religiosas, para estos días ni para ninguna otra ocasión.
Para ser más claros, la Iglesia no cuenta de manera determinante con una doctrina oficial que promueva la continencia sexual durante estas fechas; y el cuento de los ‘pegaditos’ para quienes fornicaran en Semana Santa resultó una creencia ligada a la cultura popular, desvirtuada con el tiempo y que ahora se menciona como anécdota.
Cero música en las emisoras
Otro de las prohibiciones que traía consigo la celebración de la Semana Santa de antaño consistía en suprimir la programación habitual de las estaciones de radio, tanto en sus espacios periodísticos como de música tropical y romántica.
Era una especie de manifestación de duelo que los empresarios de la radio obedecían por disposición religiosa, y que la gente aceptaba.
“Desde el mismo Lunes Santo las emisoras le daban un giro a sus programas acostumbrados: nada de noticias, de deportes, cero ritmos populares, y se concentraban en poner música clásica, cantos gregorianos y conciertos litúrgicos que daban una sensación de silencio en la ciudad. Otras estaciones sencillamente apagaban sus transmisores y se ahorraban un billete en el pago de la luz”, manifiesta el periodista y locutor William Vargas Martínez.
“También hay que recordar que durante esos días se aprovechaba para realizar mucho radio-teatro, episodios que recreaban la vida, pasión y muerte de Jesús. En esta labor descollaba un gran hombre de radio ya fallecido, Félix Chacuto, quien montaba y dirigía las obras. La Voz de la Patria, de la familia Vasallo, era una de las emisoras abanderadas en esta labor cultural”, agrega Vargas Martínez.
“Esto fue cambiando con el paso de los años, y la llegada de nuevas épocas desplazaron la programación de ‘música brillante’ a Jueves y Viernes Santo. A mediados de los años 70 comenzó otra variación musical, en estos dos días comenzaron a ponerse boleros de la vieja guardia, baladas, temas románticos, nada bailable; hasta que de un momento a otro volvió la música acostumbrada en la programación corriente, como se hace en la actualidad”, precisa el periodista radial.
La víspera de la Semana Santa
Si bien la Semana Santa comienza su conmemoración con el célebre Domingo de Ramos, por costumbres de antaño se puede decir que en la práctica iniciaba una semana antes de la fijada en el almanaque litúrgico.
Quien así lo afirma y recuerda con memoria fresca como de un suceso reciente, es Senén Sánchez, septuagenario que nació y creció en el sector de la carrera 38 con calle 41, auténtico corazón de Barranquilla a principios del siglo pasado.
Al lado de su madre y tías Sánchez afirma que palpó el fervor de la época, cuando la semana previa a los ‘días santos’ ya la gente comenzaba a disponer y organizar cómo iba a hacer ‘su Semana Santa’, y por ende entraba en sentido de religiosidad, o como diría un joven de nuestro tiempo: “en modo santo”.
“La cosa arrancaba con un detalle que parece sin sentido religioso propiamente dicho, pero que sí está muy ligado a la fecha; pues esa semana previa las familias se dedicaban a los preparativos. Por ejemplo, escoger y comprar las frutas para la preparación de los dulces, los populares ‘rasguñaos’ que se intercambiaban entre vecinos y familiares”, rememora el entrevistado para Zona Cero.
Algo semejante ocurría con los elementos necesarios para las comidas de esos mismos días, que requerían de un menú especial partiendo del hecho de que no se podía comer carne, alimento base que era reemplazado preferentemente por pescado.
En esa ‘semana víspera’ mucha gente se esmeraba en preparar las ‘pintas’ que iba lucir en la también llamada Semana Mayor, pues hacía parte del rito lucir impecables a los ‘ojos de Dios’ en las visitas a templos y recorridos de procesiones.
Era habitual mantener las casas aseadas con mucha dedicación, por si la vivienda era escogida para una de las estaciones del Vía Crucis, que requería entonces una decoración particular con flores e imágenes religiosas de acuerdo con la ocasión.
“En cuanto a eso del cuidado en la apariencia física, me viene a la memoria una tía que viajaba a Panamá a traer mercancía y sus clientas le encargaban mucho unas ‘chalinas’, especie de velos con las que las mujeres se cubrían la cabeza para asistir a los actos religiosos. Era una muestra de elegancia en medio de la devoción de asistir a los actos”, agrega Sánchez.
Y es que en definitiva el aspecto de la presentación personal contaba mucho como uno de los elementos esenciales para participar en la magna celebración del cristianismo.
Más mitos de Semana Santa
Si en los tiempos actuales se le da una lectura rigurosa a los mitos que rodeaban la dignidad de la Semana Santa de antes, es probable que despierte más de una sonrisa sin que ello haga caer en pecado a nadie.
El listado es grande y puede variar entre regiones.
Podemos comenzar con que estaba terminantemente prohibido bañarse después de las 12 del mediodía de Jueves y Viernes Santo.
La suposición era que quien violara ese precepto se exponía a su cuenta y riesgo de que el agua de la regadera se enrojeciera, y se convirtiera en “la sangre de Jesús en el Calvario”.
Los muchachos tampoco podían jugar en las calles la conocida ‘bola de trapo’, porque estaban “pateando la cabeza de Jesús” y caían en pecado o podían lesionarse una pierna a manera de castigo divino.
Por supuesto, nadie se exponía ante semejantes advertencias y guardaban la compostura muy juiciosos en casita.
En otras regiones
Georgina Villadiego Arias, una campesina de 63 años, quien reside en El León Arriba, zona rural de Montería, dice que los campesinos de esa región cordobesa mantienen la tradición, y el Jueves y Viernes Santo no realizan ninguna de las faenas diarias del campo.
Aseguran que de lo que corten con el machete, su principal herramienta de trabajo, les va a brotar sangre.
En esos dos días nadie va solo, ni después de las 12 del mediodía, ni se mete en fuentes de agua, arroyos, quebradas y estanques, por el temor de convertirse en anfibios como babilla o caimán.
Así mismo creen que la persona que a las 12 de la noche del Viernes Santo ve florecer el árbol del copey en un lugar apartado y sin compañía, se hace poseedora de poderes diabólicos.
Otra faena campesina que se paraliza es la del ordeño de reses, porque “se corre el riesgo de que la leche se convierta en sangre”.
El Miércoles Santo se lleva a cabo una jornada de aseo especial, y la basura se depositaba lo más lejos posible de la casa, porque los siguientes días no se podía hacer limpieza, so pena de ver una mujer desnuda.
Para el investigador social Víctor Negrete Barrera, estos mitos constituyen parte de la celebración de la Semana Santa por el origen rural de la población de Córdoba, y destaca que en Montería la capital del departamento, hasta hace cuatro décadas vivía un ambiente semirrural, y agrega que muchas de esas creencias persisten en la actualidad, porque muchas se fueron incorporando en la tradición oral.
A recoger higas el Viernes Santo
Una práctica que sigue vigente y que se espera con mucha expectativa en algunos hogares de muchas partes de la Costa, es la recolección de higas el Viernes Santo a las 12 del mediodía en punto.
Debe hacerse con esa exactitud horaria porque de no ser así, no funciona el fenómeno.
Consiste en extraer de la corteza de los árboles unas ‘pepitas’ maderables llamadas así, higas, las cuales, según relatos mitológicos y populares, solo brotan ese día y cuentan con propiedades curativas ante malestares de salud.
Una de las costumbres es atarlas en los puños de los niños con la idea de librarlos del ‘mal de ojo’.
Otra utilización de la higa es para aplacar tempestades, un uso en el que se quema junto con el ramo de palma bendecida el Domingo de Ramos.
En esta serie de comportamientos mencionados era evidente el recogimiento de las personas, en fidelidad con los días de la pasión de Cristo, tal como enseña el Catolicismo, y que se complementaban con el tono solemne de las ceremonias religiosas en los templos.